sábado, 25 de diciembre de 2010

El Casino de Pepino y los cambios sociales en más de un siglo de su existencia

       
El casino en tiempos de España
            Antes de que la constitución española de 1870 aprobara la libre asociación como un derecho del ciudadano, las únicas asociaciones que existieron en Puerto Rico fueron las religiosas.  Gracias a las investigaciones de María Libertad Serrano y Walter Cardona Bonet, sabemos que en la primera mitad del siglo 19 en San Sebastián hubo dos cofradías.  Son mencionadas durante  la visita del gobernador Miguel de la Torre a Pepino en 1824 y una de ellas aparece como prestamista en 1841.  Las cofradías estaban dedicadas a la devoción y, en el caso de las que reunían a trabajadores, a la ayuda mutua.  Respondían a la tendencia natural de los seres humanos a asociarse.


Tan pronto fue concedida la libertad de asociación a Puerto Rico fue establecido el Casino Español de San Juan con fines recreativos.  La segunda asociación de este tipo nació en San Sebastián al siguiente año, antes que la de Ponce (1874) y la de Mayagüez (1876).[1]  A este temprano surgimiento del Casino de San Sebastián seguramente contribuyó la presencia en Pepino, por lo menos desde 1862, del músico profesional arecibeño José Antonio Mislán, padre del compositor Ángel Mislán (nacido en 1864).  La actividad principal del casino era el baile con música “selecta” (danzas, valses, contradanzas).  En sus salones estaban proscritos los “aires del país”.  Quizás también contribuyó a la rápida creación del Casino de San Sebastián, el férreo control que tenían los españoles residentes en el pueblo sobre todas las esferas de la vida colectiva.  No hubo discordia en cuanto a quienes dirigirían la asociación.  El Casino de San Sebastián estuvo dominado por los comerciantes españoles, el más visible representante del dominio colonial.  Aun cuando los criollos constituyeran mayoría entre la membresía, no osaban retar la autoridad del español.

El casino criollo
La deferencia que guardaron los criollos pepinianos hacia los españoles se rompió poco después de diez años de estar fundado el casino, en medio de un despertar político en las filas criollas de todo Puerto Rico.  En las elecciones del diputado provincial por el distrito de San Sebastián en junio de 1882, inesperadamente ganó Salvador Ferrer, del Partido Liberal criollo.[2]  A fines de ese año, en ocasión de la asamblea del casino, animados los pepinianos con el avance político logrado, presentaron como su candidato a presidir el casino a Pascasio Moreno, un español de ideas liberales.[3]

El poderoso bando español se negó a aceptar la candidatura de Moreno.  Después de todo, la mayoría eran criollos.  El casino se disolvió cuando los criollos se negaron a retirar su candidato.  Los españoles fundaron el Centro Español Incondicional y los pepinianos fundaron el Casino del Pepino.  A partir de 1882 y hasta el fin de la era española en 1898, la élite social de Pepino, dividida entre criollos y españoles, bailó en salones separados.  Varias familias extendidas bailaron separadas.

El sólo hecho de que los criollos escogieran el nombre “Pepino” para su casino fue un acto de reafirmación propia.  El cambio de nombre del pueblo en 1869, de Pepino a San Sebastián, por una junta municipal dominada por los españoles, estuvo basado en una retahíla de burlas.  Para el criollo el nombre era su identidad, de su historia y tradición.
Entre los objetivos del Casino de Pepino estuvo “cultivar el trato social y procurar a sus individuos las ventajas de la lectura y proporcionarles los pasatiempos de lícitas recreaciones.”  Su primer presidente fue Pascasio Moreno.  Los 43 miembros originales estaban divididos en tres categorias.  Los de primera categoria pagaban, al momento de asociarse, treinta pesos, suma equivalente al valor promedio de una cuerda de terreno en pasto.[4]

La raíz española
El nuevo casino siguió la nefasta práctica del casino español de negar membresía a cualquiera que tuviera mezcla de razas.  En su afán por no ser menos que la asociación española y guardar el mismo rango social, el criollo se resistió a aceptar la realidad caribeña.  Fue común entre los criollos afirmar que la herencia cultural puertorriqueña era exclusivamente hispana.
 
 
Tomó hasta mediados del siglo 20 que un sector de los puertorriqueños aceptara definirse como una mezcla de tres razas.  Desenredarse de la obseción por lo español quizás le tomó a algunos más  tiempo.  En un artículo de 1960 Joaquín Oronoz Font afirmó sobre su pueblo: “Su cultura [es], mitad española, mitad americana.”[5]  El hábito de reconocer la aportación exclusiva de la nación colonizadora fue estirado para reconocer una segunda cultura muy extraña a la primera, mientras se mantenía viva la negación de lo propio.

La tradicional preferencia de la élite criolla por lo hispano está plasmada en sus símbolos.  El escudo del pueblo, aprobado por el municipio en 1976 tiene una corona mural, muy común en la heráldica española, que significa la defensa y conservación de las tradiciones.  El himno del pueblo, escrito por el poeta Juan Avilés y aprobado en 1983, habla de una tierra pepiniana que tiene clavada en ella, además de las leyendas taínas, “la historia escrita con sangre de España”.  Para el sector criollo acomodado, mencionar cultura y tradición era sinónimo de hispanidad. 

Cuando el Centro Cultural sometió al municipio la composición de Avilés, con música de  Guillermo Figueroa, para su aprobación, el asambleísta del Partido Independentista Puertorriqueño, José B. Ríos, objetó la alusión a España.  Otros dos asambleístas apoyaron su objeción y, al final, seis asambleístas de un total de catorce favorecieron reconsiderar la aprobación.  No entendían por qué un himno oficial que se escribe para honrar al pueblo, glorifica la sangre española.[6]  No debe sorprender que en un futuro el himno sea sustituido por uno que refleje mejor  la realidad.  Lo que la mayoría de los pepinianos conoció de los españoles no fue heroísmo, sino opresión y menosprecio.  El gran énfasis puesto sobre San Sebastián Mártir en el himno, surgió de la asociación de catolicismo con la herencia cultural hispana.  Hoy un gran sector de la población no comparte el postrar de hinojos cultura y sentimientos -entre otras ofrendas que menciona el himno- ante el patrón de la parroquia católica.

La era dorada del Casino de Pepino
En 1895 fue inaugurado un espléndido salón del Casino del Pepino, en los altos de una casa frente a la plaza, en la esquina de la calle Ramon E. Betances y Padre Feliciano.  Los casinos solían ser excepcionalmente llamativos por sus balcones diseñados para acomodar la orquesta de baile; por el alumbrado con lámparas de infinidad de velas, y espejos que daban la sensacion de amplitud y mayor iluminación.

Los bailes más importantes del casino eran los de la víspera del día del patrón el 19 de enero y la noche de San Silvestre (la despedida de año).  Prominentes orquestas de la isla eran contratadas.  Los casinos fueron el habitat natural de la danza.  Aunque el baile fue siempre la actividad cumbre de las sociedades recreativas, también se celebraban numerosas actividades donde se presentaban obras teatrales y comedias, declamaciones y música selecta.

No hace falta más que leer los recuerdos de José Padró Quiles para darse cuenta de lo que significó el casino hacia el cambio del siglo 19 al 20: “Gratos e inolvidables recuerdos nos traen aquellos centros recreativos donde los viejos modales de cultura hacían gala y refinamiento. [...] Estábamos libres de especulación alguna, lo más preciado era el espíritu cultural, el respeto a las damas y a todo lo que diera esplendor y riqueza social al Pepino.  Nuestra sociedad navegaba en un mar lleno de purezas y podía decirse que la hermandad reinaba por doquier.”[7]

En ese añorado cuadro, Padró incluyó al Círculo de Amigos de los trabajadores. Jamás se le hubiera ocurrido a los trabajadores urbanos pepinianos retar el orden social existente.  El concepto dominante era el de una sociedad como un organismo viviente, en el que cada una de sus partes ejercía una función en beneficio del todo.  En ese organismo, la función de cada cual era determinada por nacimiento. La máxima aspiración de quien había nacido en una familia de obreros era ser un trabajador laborioso y honesto.  Los centros recreativos que agrupaban a los trabajadores se esmeraban por la auto-educación y por el refinamiento.  El Círculo tuvo una biblioteca desde casi sus inicios en 1883.  En su salón se celebraba el mismo tipo de actividades culturales que en el centro “de primera”.

Lazo de Unión
Después de la ocupación americana de Puerto Rico en 1898, el Centro Incondicional Español fue cerrado.  Varios de los más importantes comerciantes españoles regresaron a España.   Muchos de los que se quedaron se afiliaron a los criollos liberales, algunos se hicieron republicanos y otros que prefirieron retener su ciudadanía española se abstuvieron de participar en política.  Entre estos últimos se encontraba Ángel Hermida Jorge.  Sobre él comentó Andrés Méndez Liciaga: “[D]eseando estrechar más sus relaciones de amistad con los puertorriqueños, y olvidando rencores injustificados, presentó su solicitud a la sociedad Casino del Pepino y fue admitido como socio.”[8]

Para facilitar la reconciliación de las dos alas de la clase acomodada fue formada la sociedad Lazo de Unión a fines de 1900.  La razón que tomó más de dos años para que surgiera una iniciativa como esa fue la prolongada actividad de los grupos -conocidos como los tiznaos- que se dedicaron a saquear e incendiar las haciendas y propiedades de españoles y sus aliados criollos.  La más distinguida dama de la clase acomodada de San Sebastián, Viola Rabell Cabrero, hizo el honor de presidir inicialmente la sociedad.  El gesto solo fue conmensurable con sus fines.

Por los siguientes dos años  Lazo de Unión estuvo muy activa.  El hecho de que perdurara más tiempo de lo que podía suponerse tomara una reconciliación, hace pensar que las mujeres encontraron en ella un medio de expresión.  Toda la directiva era femenina.  Además de organizar los bailes tradicionales del casino, fueron frecuentes las veladas literarias y musicales.  Cualquier pretexto era suficiente para un baile o velada.  El corresponsal de San Sebastián de la La Democracia, el periódico de mayor circulación en la isla, no cesaba de enviar sus reportajes sobre la sociedad.

Las crisis de las décadas del 1920 y 1930
A los quince años del cambio de dominio colonial, cuando Andrés Méndez Liciaga habló del Casino del Pepino desde su periódico El Regional, todavía persistía la percepción del casino según la honda división que hubo entre criollos y españoles: “[N]uestro único centro social, que se compone de nativos en su inmensa mayoría, y del que forman parte algunos elementos extranjeros...”.[9]   Pero una década más tarde, el casino estaba dividido entre criollos.  Las profundas divisiones políticas que estallaron en Pepino a fines de la segunda década del siglo 20 se extendieron al casino.  Sobre él dijo Méndez Liciaga en 1925 que llevaba una “vida lánguida”.  La crisis de los años 20 culminó con el incendio del 1928; la pérdida total del edificio donde se encontraba el casino desde 1895. Todavía conservaba el escenario con que se inauguró el salón.

La Gran Depresión de la década del 30 le asestó un rudo golpe a los casinos en toda la isla.  La crítica situación económica por la que atravezaba el Casino de Pepino, al parecer, no le permitió la contratación de una orquesta.  Una nota al calce al final del programa de las fiestas de 1930 dijo discretamente: “La sociedad Casino del Pepino hará circular oportunamente el programa de sus festividades.” [10]  El baile de la víspera del patrón del Casino de Pepino en 1935 fue amenizado por un grupo de músicos reunido por el cuatrista local Benito Fred.  En una ocasión en que el club popular, ubicado frente al casino, celebraba un baile con una orquesta contratada con mucha anticipación, sus miembros observaron sorprendidos el desfile de los miembros del casino hacia su salón.  Cuando la orquesta empezó a tocar, los del casino también bailaron con la música que llegaba desde el club popular.  No es posible determinar si esto sucedió para los años treinta.[11]

En las principales ciudades comenzaron a surgir clubes nocturnos que ofrecían bailes con excelentes orquestas sin requerir costosas cuotas y “pureza  de sangre”.  La gente joven acomodada empezó a visitar tales clubes.  Tan cerca como en Aguadilla, en la década del 40 los pepinianos podían visitar Punta Borínquen Country Club, donde se presentaban espectáculos  a todo lujo y esplendor.  Oficiales militares de alto rango de la base Ramey frecuentaban el club.  El hotel Borínquen ofrecía buena comida, música y entretenimiento.[12]

La recreación se diversifica
Con el fin de la crisis económica de la Gran Depresión, el casino volvió a resurgir, pero sin la hegemonía social que antes tuvo.  Aunque el casino siguió siendo símbolo de prominencia social, las clases populares dejaron de emularlo y desarrollaron sus propias actividades recreativas fuera del modelo de la clase acomodada.  En medio de la crisis las clases populares despertaron a sus propios gustos y preferencias.

La radio se convirtió en un medio común de distracción, con música, poesía, drama y noticias.  Para ganarse el corazón de los oyentes, la radio fue difusora de la cultura popular. Tan común se hizo la práctica de celebrar bailes con la radio, que el municipio trató infructuosamente de regularlos.  El cine le siguió en popularidad a la radio.  Los billares con velloneras proliferaron.  En los años 40 abrió el restaurante y bar El Moroco, la versión pepiniana del club nocturno.[13]  La popularidad del béisbol iba en aumento y el baloncesto comenzó a ganar seguidores.

A juicio de Joaquín Oronoz Font, la gestión gubernamental a favor de los pobres, con la subida al poder de Luis Muñoz Marín, animó a la fundación de clubes cívicos con fines benéficos.[14]  El Club de Leones fue fundado en San Sebastián en 1943, y el Rotario en 1956. Como lo demuestra la declaración de Antonio Sagardía, hijo, por motivo de la fundación de la Asociación de Pepinianos Ausentes en 1955, ya parecía anacrónico que una organización tuviera como fin exclusivo el baile:  “Tenemos el propósito de que nuestra entidad no sea una más para celebrar bailes y jolgorios.  Nos proponemos hacer labor cívica y de bienestar social.”[15]  Las normas de admisión a los capítulos locales de las organizaciones internacionales variaban según la costumbre local.  En San Sebastián la raza siguió siendo un criterio de admisión.

En 1955 nació el Club Cívico Social de Pepino.  El requisito de admisión fue ser un buen ciudadano.  Una combinación de factores puede explicar por qué algunos miembros del casino cruzaron la brecha para ir a bailar al nuevo club o hacerse miembro de él.  Ya la definición de la puertorriqueñidad como una amalgama de razas estaba generalizada.  La educación y la movilidad social y económica hicieron algo difusas las líneas que separaban a las clases.  Como dijo una de las hijas del casino que se unió al Club Cívico, en la universidad no contaba el abolengo, sino la excelencia académica. El club atrajo miembros del casino por la alegría y espontaneidad de sus fiestas.[16]  Todavía el casino estaba inmerso en los formalismos que lo habían caracterizado por tantas décadas.  Todavía las muchachas portaban un carnet donde apuntaban las parejas con las que bailarían.

Nuevas formas de pensar y de vivir forjaron nuevas asociaciones en las décadas del 60 y 70, de carácter cultural, profesional, de mujeres, ocupacionales, juveniles, deportivas y rurales.  Una de esas organizaciones creadas con el objetivo de romper con el criterio de raza y de clase fue la Organización Fraternal Pro Compañerismo de 1961.  Un grupo de estudiantes de secundaria y universidad, de todos los trasfondos sociales y económicos, se unieron bajo el liderazgo de Abraham Bonilla Estrada.  Contó con un sólido respaldo del alcalde Rafael (Fey) Méndez; las primeras reuniones fueron en la alcaldía.[17]  Su primera actividad fue celebrar un carnaval por todo lo alto. Fey no tuvo reparos en vestirse como el rey momo.  La reina del carnaval tenía piel canela.  Hoy la OFPC está cerca de cumplir medio siglo de existencia.
 
En las décadas del 80 y 90 una nueva conciencia por los problemas sociales impulsó organizaciones para ayudar a personas con impedimentos, a niños maltratados, a envejecientes o a personas desventajadas.  El casino no logró renovarse.  En sus últimos años, a principios de la década del 1990, a poco más de un siglo de haberse fundado, el Casino de San Sebastián desapareció.


[1]. Lidio Cruz Monclova, Historia de Puerto Rico del siglo XIX.  Tomo 2, Pt. 2 (Río Piedras: Editorial Universitaria, 1979), p. 874.
[2]. Monclova, Historia, Tomo 2, Pt. 2, p. 628.
[3]. Andrés Méndez Liciag, Boceto histórico de Pepino (Mayagüez: La Voz de la Patria, 1925), p. 158.
[4]. Archivo General de Puerto Rico, Diputación Provincial, Municipios-San Sebastián, caja 439, legajo 3, Exp. 10.
[5]. Joaquín Oronoz Font, “San Sebastián del Pepino.  Portón Histórico”, Revista del Café (Marzo/1960), p. 7.
[6]. Actas Municipales de San Sebastián, libro 32, 13/mayo/1983, Págs. 414-416.
[7]. José Padró Quiles, Luchas obreras y datos históricos del Pepino (Mayagüez: 1952), Págs. 26-27.
[8]. “Hermida Jorge, Ángel”, El Regional (31/enero/1914).
[9]. “Por esas calles”, El Regional (12/julio/1913).

[10]. Archivo Histórico de San Sebastián, Colección de doña Bisa, Programa. Fiestas patronales,1930, Págs. sin enumerar.
[11]. Relato contado por Ángel Adames a Laura Castro, Nov., 2010.
[12]. Haydee E Reichard de Cancio.  Memorias de mi pueblo... Aguadilla (Aguadilla: 1989), p. 69.
[13]. El Moroco”, Maguey (Nov.-Dic/1993), p. 24.
[14]. Joaquín Oronoz Font, “Aportación de las entidades cívicas a la comunidad”, Programa. Fiestas patronales (1955), p. 55.
[15]. Antonio Sagardía, Jr., “Mensaje a mi pueblo”, Programa. Fiestas patronales (1955), p. 67.
[16]. Entrevista a Laura Castro, 26/Nov./2010.
[17]. José Quiñónes, “Breve historia de la organización fraternal Pro Compañerismo”, Programa. Fiestas patronales, 1987, p. 18.

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