miércoles, 23 de febrero de 2011

El noviazgo de María Luisa (Bisa) Rodríguez Rabell: 1916-1919

María Luisa (Bisa) Rodríguez Rabell (1897-1978) nació en el seno de la más acomodada familia de San Sebastián de fines del siglo 19 y principios del siglo 20. En esos años San Sebastián experimentaba el más grande crecimiento económico desde su fundación. Entre los que obtuvieron las mayores ganancias de ese apogeo estuvo la familia Cabrero, especialmente Manuel Rodríguez Cabrero, padre de Bisa. La casa comercial M.J. y S. Cabrero fue fundada por el bisabuelo de Bisa, Andrés Cabrero, un inmigrante español que abrió una tienda en la calle Hostos poco después de su llegada a Pepino en 1822.

La capacidad prestataria de esta casa comercial para financiar la agricultura fue de tal magnitud -al igual que la de Laurnaga y Cía.- que San Sebastián no tuvo un banco hasta mediados del siglo 20, mucho después que otros pueblos. Por otro lado, la herencia que en 1908 recibió la madre de Bisa, Viola Rabell Cabrero, de un tío-abuelo paterno, fue una cuantiosa fortuna.

Bisa recordaba que en su niñez hasta en un pueblo como Pepino los pudientes llevaban una vida señorial. En lugar de ir a las tiendas, las señoras y señoritas recibían en sus casas a los dependientes más refinados de las tiendas, los cuales llegaban con lo mejor de sus telas y encajes para que las clientas escogieran. Los quincalleros (o vendedores ambulantes) recorrían grandes distancias buscando los artículos que complacerían los gustos de sus exclusivas clientas.* Otros que vivieron esos tiempos recordaban que los señores no iban donde el barbero, sino el barbero donde el señor. Tampoco los señores cargaban objeto alguno; para eso pagaban a un mozo de mandado.

Bisa tuvo la oportunidad de realizar estudios primarios y/o secundarios en San Juan. Al parecer, por varios años, durante el calendario escolar, su madre Viola y su abuela Elvira se trasladaban a San Juan con toda la prole, que incluía algunos primos. En 1914, teniendo 17 años, Bisa ingresó a la universidad. Para esta fecha ya estaba sola en Río Piedras. En los dos años que fue estudiante universitaria jamás paseó por la plaza, nunca fue a un baile y jamás le prestó atención a un amigo más que a otro. No fueron dos años felices. Sobre ese período escribió más tarde: “¿[T]enía acaso ilusiones? ¿Tenía yo empeño en gustar, en agradar, en vestirme bien, en bailar, en pasear? Había tratado de hacer todo eso, de buscar alegría en todo y sólo encontraba la tristeza.”

En 1916 conoció a Eduardo Negrón (1889-1960), un estudiante de leyes, natural de Juncos. Eduardo era huérfano desde pequeño. Para poder ayudar a su familia y costear sus estudios se enlistó en el ejército. Ejerció como instructor del ROTC (Reserve Officers Training Corps) en la Universidad de Puerto Rico y enseñó ciencias políticas de 1918 a 1920.

Al interesarse en Eduardo y trabar amistad con él, Bisa se recriminó a sí misma el romper su regla de conducta. Algunos empezaron a sospechar que se trataba de algo más que una amistad. Inmediatamente dio por terminados sus estudios universitarios y regresó voluntariamente a su hogar en Pepino. Se sintió humillada de que pensaran que sus padres no le habían permitido seguir estudiando por estar más pendiente de Eduardo que de los estudios.

La decisión de Bisa de abandonar los estudios fue tomada con pesar. Sobre ellos descansaba su determinación de darle significado a su vida. Respecto al asunto, le comentó a Eduardo en una ocasión: “Dejé estudios y todo por ti. Y si te hablo de mis estudios no es por lo que objetivamente valen para mí. Pero era el ideal de mi vida, la ocupación de una vida que no quería ser inútil y atrofiarse en la comodidad. [...] No quería llenar una vida que los placeres no sean capaces de hacerla agradabe, y no soñando con encontrar el verdadero amor, en lugar de hacerlo en fiestas y bailes ... me forjé otro ideal también noble...”

Cuando Bisa decidió regresar a Pepino, Eduardo resolvió ir a solicitar la autorización de su padre para comprometerse o -como se diría comúnmente- “pedir la mano”. Ella tuvo sus temores, pues él estaría lejos y podía perder la ilusión. Lo peor, lo terrible, lo desgraciado para los dos - dijo ella- era que se viera obligado a cumplir su palabra por dignidad o pena. Los temores fueron infundados; Eduardo nunca perdió la ilusión.

Los novios acordaron varios asuntos al comprometerse: él la visitaría una vez al mes, se abstendrían de toda diversión y ella le escribiría todos los días. Todos los meses Eduardo tomaba el tren hasta Aguadilla y de allí se dirigía a Pepino. Ante la insinuación de que podía estar pasándola bien con alguna muchachita, Eduardo le aseguró a su novia: “Mis sentimientos son tan altos como nobles y sinceros, y nunca he sido, ni soy, ni seré capaz de engañarte.”

Volver a San Sebastián no dejó de tener sus ventajas para Bisa; en su pueblo llevaba un estilo de vida más acorde a su carácter: “¡Qué poco se parecen estos días a aquellos que transcurrían mientras pasaba las horas entre tanto estudiante y lleno el cerebro de tantas ideas nuevas. Sin embargo, prefiero éstos [días] de calma durante los cuales se piensa más en la vida. Me parece que ahora vuelvo a ser buena como antes, a sentir como una muchacha de campo, a sentir esa felicidad que posee el que después de haber estado mucho tiempo entre gente extraña, vuelve a su casa, a sus costumbres antiguas, que tienen más encanto pues se saben apreciar más. Todo ésto me consuela de haber dejado mis estudios... Después de esos dos años de enseñanza y de casi peregrinación, en la calma de mi casa y de éstas tardes tristes y bonitas, aprenderé muchas cosas meditando en lo que he visto, en lo que me ha sorprendido lo desencantado durante el tiempo transcurrido ausente de mi pueblo pobre y feo, pero que quiero tanto.”

Ante reclamos de Eduardo, de que lo estaba pasando bien en su ausencia, Bisa le contesto: “[A]parte de aquellas tres o cuatro veces que fui a la plaza por necesidad, por hacerle un favor a Sisina [su hermana], no he vuelto a subir.” Insistió en que no formó parte del grupo de muchachas que se divertían por el solo hecho de estar juntas: “[A]llí en casa, como están Concha y Filo y América Gómez, una amiga de Mayagüez, las muchachas se divierten muchísimo, pasean, van a Lares, a misa, a la plaza, hacen visitas; son muchas y con cualquier pasatiempo, cuando no pueden subir [a la plaza], se divierten”; “También aquí ellas pasean en automóvil”.

A más de dos años del compromiso, Bisa describió su sobrio estilo de vida y explicó qué la animaba a seguirlo: “Yo vivo una vida llena de aislamiento porque sé que ese es tu deseo y Dios quiera que todo sea para nuestro bien. Yo tengo la esperanza de ser feliz algún día, muy feliz y pensando en que ese día llegará me alegro y conformo.” Eludir los bailes no era algo que le costaba mucho a Bisa. Llenaba su ocio con escribir las cartas, con lectura y tomando clases de mandolina y costura: “Me conforma esta vida tranquila y hasta me agrada pensar que no tengo que engalanarme, no sofocarme mucho. Tengo poco tiempo libre y ese lo dedico a escribirte, a leer un poco todos los días para no perder la costumbre de civilizarme algo y sigo las clases de mandolina. Esto me distrae mucho pues ya toco algunas piececitas que Evarista me acompaña al piano.” “Ya estoy aprendiendo a coser en casa de Mercedes Cabrero. Aquí en casa me paso la mañana escribiendo, tejiendo y zurciendo. Ya ves, estoy dejando de ser vaga, pues sé que la vagancia no es cualidad que aman los hombres.” Estando una temporada en la ciudad de Baltimore escribió: “Cada día me convenzo más que no nací para esta vida agitada ni para fiestas ni trajes ni cintas. Mi felicidad está en la vida dulce y tranquila y humilde.”

Asaltada por la sospecha que él sí podía estar asistiendo a bailes, le reprochó: “Pensar que has privado de su libertad a una pobre muchacha, que no vacilaste en exigirle promesa de fidelidad y cariño para luego vivir tranquilamente, gozando de la vida, no preocupándote del ser cuya vida le diste un impulso distinto al que llevaba. Eso será demasiado egoísmo y abusar de mi fe.” Eduardo admitió haber estado en un baile, pero negó el haber bailado.

Toda carta intercambiada entre los novios pasó por las manos de la madre de la novia. Antes que la novia leyera las cartas enviadas por el novio y antes de que salieran las escritas por la novia, Viola las leía. Habiéndose criado bajo la más estricta moralidad victoriana -típica de las clases pudientes a lo largo de la mayor parte del siglo 19-, Bisa acató las restrictivas medidas. Así lo exigía su concepción de la mujer ideal, como lo demuestra una aseveración como la siguiente: “[N]iñas, tenéis que ser muy buenas, muy puras, muy estudiosas, porque el hada que se me envió dice que las rosas sólo florecen cuando las cuidan niñas inocentes, laboriosas.”

Habló a nombre de ella y de Eduardo al afirmar, temprano en el período de tres años de correspondencia: “[T]ú sabes que nosotros no tenemos fuerza de voluntad para mandar una carta a escondidas.” Si infringuió esa norma alguna vez, no fue por impropiedad. Queriendo conocer algunos datos, le dijo a Eduardo: “Puedes hablarme de ellos con franqueza, pues mamá, con la gravedad de Viva [la abuela Elvira] no lee las cartas tuyas en estos días.” Cuando escribió desde Baltimore en 1919, en ausencia de su madre, las cartas mostraron algo de coquetería, ausente en las otras cartas.

Fue obvio que Bisa no cumplió con su promesa de escribirle a Eduardo todos los días. En las pocas cartas que de él sobrevivieron, siempre está presente la perenme queja de que ella tardaba en escribir. Como ella insistía en que cumplía con su promesa, él le pidó que verificara que el sirviente de la oficina del papá estaba cumpliendo con sus responsabilidades. Todos los días él visitaba el correo, ansioso de encontrar una carta, aunque fuera una nota.

Había toda una variedad de papeles de correspondencia en el mercado, a los cuales ella tenía acceso a pesar de lo costoso que podían ser. De él no se podía decir lo mismo. Resulta jocosa la reacción de Bisa ante el cambio de tamaño de las cartas que empezó a recibir de Eduardo: “¿No encontraste un papel más chiquito para escribirme? [...] No sabes cuánto me reí el primer día que se redujeron las dimensiones del sobre de tus cartas” [...] “Aquí venden unos pliegos [o papeles doblados] que tienen una pulgada por cada lado y lo anuncian como excelente para escribir novios que se sienten con vagancia de hacerlo. Se me ha ocurrido que no estaría mal el que te mandara una cajita de papel tan diminuto.”

Entre las razones que ella tenía para no escribir con mayor frecuencia estaba el estar postrada frecuentemente con dolores de cabeza y con agobiantes estados de ánimo (que en esa época eran llamados melancólicos): “Soy una enferma de los nervios y mi alma tan pronto refleja alegría como intensa tristeza. A veces encuentro aliento para vivir hasta en un amanecer nublado, pero otras me parece la vida triste, solitaria y sin objeto.” “Mucho he pensado en días iguales como éstos, días llenos de animación y alegría, y hay días tristes, muy tristes. Ya vendrán otros mejores. Que Dios así lo quiera.”

Ante tan agobiante condición, se resignaba y se refugiaba en su fe: “Yo no necesito gran dosis de dichas para vivir. Ya estoy convencida que la vida es lo que desde muy chiquita oigo decir y me ha costado algún trabajo comprender, que la vida es un valle de lágrimas”; “Cuando pienso en Dios y rezo el Rosario siento una fuerza misteriosa que me hace sentir mejor y despreciar las vanidades de la tierra.”

Como mujer típica de su época, Bisa fue muy religiosa. Ya cerca de la cuaresma, le extendió una invitación a Eduardo a estar en contacto con lo espiritual: “Aquí nada denota esa época [de carnaval] de locura en la que muchas veces olvidamos de nuestra alma y en el que parece que nos queremos saciar de placeres antes de estar en los presentes días santos de la penitencia. Yo no he visto ni un papelillo, no sé cuándo empezó el carnaval, pero bendigo este pueblo en que las mujeres nos preparamos para la Cuaresma sin acordamos que le antesede el carnaval. Yo por de pronto pienso ir todos los días en esa época a misa. Quiero ser mejor y volver a Dios a quien tengo un poco olvidado. No soy fanática, no soy la mujer beata que sus asuntos los manejan curas y monjas, no soy tan cándida que pretenda que mires mi religión con los ojos de fe de una muchacha, pero Eduardo, quiero que pienses un poco en lo que es la vida, hacia dónde vamos. Y si crees en Dios, ¿por qué no creer en una existencia espiritual? ¿No es el alma demasiado grande en sus misterios de sentimiento y de sacrificio para ocuparse sólo de asuntos vulgares y egoístas, para olvidar el infinito?”

Uno de los temas que frecuentemente Bisa abordó fue el de la fidelidad, y de paso, mostró su profunda inconformidad con el papel que le correspondía a la mujer en el matrimonio. Pensar que una vez casada, Eduardo se comportaría como el hombre típico de su época, la acongojaba. A cambio de fidelidad estuvo dispuesta a todo: “Yo seré buena y trataré de obedecerte siempre. Al fin y al cabo las pobres mujeres estamos ya acostumbradas a obedecer, y salimos de la tutela de los padres para obedecer a un hombre que muchas veces deja de querernos.” Como mujer pudiente pudo darse el lujo de advertir: “Como dejes de quererme, que será seguramente lo que pase, entonces me consideraré libre del amor que te prometí. Soy demasiado mujer para hacer papeles de ángel.” No se conformaba con las reglas que usualmente pedían las mujeres de su clase, de que el hombre no bebiera ni jugara: “[E]l que un hombre no juegue ni se emborrache no quiere decir que baste para hacerlo digno de que una mujer lo ame. Hay muchas insignificancias que no indican bajeza y, sin embargo, son las que graduan nuestra temperatura espiritual y las que juegan el principal papel en cuestiones de amor.” Expresó temor por salir de la protección de sus padres: “Yo no sé a la verdad cómo me las voy a entender cuando no tenga a nadie que me proteja, cuando sólo dependa de ti.” Eduardo prodigó las aparentes “insignificancias” de las que habló Bisa.

Bisa y Eduardo se casaron el 3 de enero de 1920. El padre de la novia adquirió una planta hidroeléctrica para alumbrar la enorme mansión de cemento en que vivían, construida en 1916. Se establecieron permanentemente en San Sebastián. Fue difícil para Eduardo abrirse paso como abogado en un pueblo pequeño. A partir de 1921 enseñó por tres años los grados de noveno y décimo, abiertos por el comisionado de educación del pueblo y tío de Bisa, Narciso Rabell.** Luego fue nombrado inspector de escuelas.*** Más tarde fue juez municipal, fiscal y registrador de la propiedad de Aguadilla. San Sebastián lo recuerda especialmente como delegado del distrito de Aguadilla en la asamblea constituyente del Estado Libre Asociado. Su archivo de documentos generados en el proceso de la redacción de la constitución, serán una colección única del Archivo Histórico de San Sebastián.

Notas
* Hoja escrita por doña Bisa, titulada “El quincallero maravilloso”, en honor al gobernador de Puerto Rico, Luis A. Ferré” (1969-1972). Con excepción de dos datos al final de este artículo, todos los documentos aquí citadas son parte de una colección perteneciente a los descendientes de doña Bisa y que estuviron temporeramente custodiados por el municipio.

**Actas Municipales de San Sebastián, libro #3/3, 26/agosto/1922, p. 265.


*** Actas del Consejo Administrativo, 23/agosto/1922, p. 181; Actas Municipales de San Sebastián, libro 31, 19/Sept.1980, p. 206; Méndez, Boceto, p. 213

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